La liturgia del Viernes Santo celebra el misterio de la Cruz: celebra un misterio, pues no de otra forma podemos expresar cómo podemos celebrar la muerte, y una tal muerte, si no es por el inmenso amor de Dios Todopoderoso, que de esa forma ha decidido salvarnos. Para esta celebración, los distintos momentos de la liturgia de este día intentan introducirnos en la oración, en la alabanza, en la contemplación al misterio de la Cruz. Uno de ellos, durante las Vigilias, nos propone el texto de las Lamentaciones. En la Liturgia Hispana, la melodía compuesta para este texto es especialmente conmovedora. Escuchamos la primera lección del Viernes Santo, en la interpretación del coro de monjes de Silos
De lamentatióne Ieremíæ prophétæ. HETH. Cogitávit Dóminus dissipáre murum fíliæ Sion: teténdit funículum suum, et non avértit manum suam a perditióne: luxítque antemurále, et murus páriter dissipátus est. TETH. Defíxæ sunt in terra portæ eius: pérdidit, et contrívit vectes eius: regem eius et príncipes eius in géntibus: non est lex, et prophétæ eius non invenérunt visiónem a Dómino. IOD. Sedérunt in terra, conticuérunt, senes fíliæ Sion: conspersérunt cínere cápita sua, accíncti sunt cilíciis, abiecérunt in terram cápita sua vírgines Ierúsalem. CAPH. Defecérunt præ lácrimis óculi mei, conturbáta sunt víscera mea: effúsum est in terra iecur meum super contritióne fíliæ pópuli mei, cum defíceret párvulus et lactens in platéis óppidi. Ierúsalem, Ierúsalem, convértere ad Dóminum Deum tuum. | Lamentaciones del Profeta Jeremias Heth. El Señor determinó arrasar las murallas de Sión: tendió la plomada y no retiró la mano que derribaba; muros y baluartes se lamentaban al desmoronarse juntos. Teth. Derribó por tierra las puertas, rompió los cerrojos. Rey y príncipes estaban entre los gentiles. No había ley. Y los profetas ya no recibían visiones del Señor. Yod. Los ancianos de Sión se sientan en el suelo silenciosos, se echan polvo en la cabeza y se visten de sayal; las doncellas de Jerusalén humillan hasta el polvo la cabeza. Caph. Se consumen en lágrimas mis ojos, de amargura mis entrañas; se derrama por tierra mi hiel, por la ruina de la capital de mi pueblo; muchachos y niños desfallecen por las calles de la ciudad. ¡Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor, tu Dios! |
En el Oficio de la Muerte del Señor, al atardecer, se cantan los Improperios durante la veneración de la Cruz, en los que Dios mismo nos interpela: Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
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