En junio de 1791, Mozart ofreció en Viena uno de sus últimos conciertos públicos; tocó el Concierto para piano n.º 27 (KV 595). Su último hijo, Franz Xaver Wolfgang, nació el 26 de julio. Días antes en su casa se presentó un desconocido, vestido de negro, que rehusó identificarse y encargó a Mozart la composición de un réquiem. Le dio un adelanto y quedaron en que regresaría en un mes. Pero el compositor fue llamado desde Praga para escribir la ópera La clemencia de Tito, para festejar la coronación de Leopoldo II.
Cuando subía con su esposa al carruaje que los llevaría a esa ciudad, el desconocido se presentó otra vez, preguntando por su encargo. Esto sobrecogió al compositor. Más tarde se supo que aquel sombrío personaje (al parecer, llamado Franz Anton Leitgeb) era un enviado del conde Franz von Walsegg, músico aficionado cuya esposa había fallecido. El viudo deseaba que Mozart compusiese la misa de réquiem para los funerales de su mujer, pero quería hacer creer a los demás que la obra era suya y por eso permanecía en el anonimato.
Según la leyenda, Mozart, obsesionado con la idea de la muerte desde la de su padre, debilitado por la fatiga y la enfermedad, muy sensible a lo sobrenatural por una supuesta vinculación con la francmasonería en esa época de su vida e impresionado por el aspecto del enviado, terminó por creer que este era un mensajero del destino y que el réquiem que iba a componer sería para su propio funeral.
Escuchamos el Introito Requiem y el Kyrie, en la interpretación de la Orquesta de los Campos Elíseos, con el Colegio Vocal de la Capilla Real, dirigidos por Philippe Herrewege.
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